En Chile, el ánimo republicano que trajo la independencia solidificó en la práctica lo que ya existía en la ley: desde el siglo XIX no hay corridas de toros.

La herencia española se ha mantenido en otros países -como Ecuador, Colombia y México- y aún América es testigo de esta particular -por decirlo de algún modo- «entetención, tradición o arte» como es calificado por sus seguidores.

En España, desde hace un tiempo, se han agudizado los llamados a su prohibición. No gastaré espacio ni tiempo en relatar lo sanguinario de las corridas de toros. Lo importante es que una serie de organizaciones están llamando la atención sobre este aspecto. Si bien no estoy de acuerdo con los partidos políticos de un sólo interés (básicamente, por que dan un uso utilitario y egoísta a la política), no puede dejar de llamar la atención que en la «cuna de los toros» exista una agrupación como PACMA (Partido Antitaurino Contra el Maltrato Animal) que ha logrado que algunos ayuntamientos españoles se declaren «amigos de los animales y no taurina».

Prohibir esta actividad no es simple. El negocio es multimillonario y da trabajo a cientos de miles de personas. Sin embargo -mientras se sigan matando toros (unos 11 mil al año, sólo en España)- es bueno que por lo menos se tomen algunas medidas paliativas, como la prohibición a que los menores asistan al espectáculo (se ha decretado en el País Vasco y Cataluña. En Francia se está implementando).

Mientras tanto, los dejo con una campaña en contra de esta lamentable entretención que afirma «el sufrimiento no puede ser parte de nuestras tradiciones».